Crítica literaria publicada originalmente en Bio Bio Chile
De construcción potente, “La Leva” sustenta su eje argumental en
dos pilares: Santiago y Graciela, y la dependencia emocional de ambos
que perdura más allá de su relación de pareja y que los lleva
irremediablemente a la desdicha a través de actos erráticos, intentando,
infructuosamente, torcer la mano al destino, aunque esto implique en el
transcurso de toda la historia provocar efectos colaterales en la vida
de quienes los rodean.
Larissa Contreras no es una desconocida en las letras nacionales,
antes ya habíamos tenido la oportunidad de conocer su trabajo como
autora de cuentos y guionista para series de televisión. Ahora nos
presenta La leva (Ceibo Ediciones), su primera novela.
“Para mi bien o mi desgracia ella no puede mentir. Me dijo todo lo que no quería escuchar. Que tenía miedo de no ser feliz conmigo. Que el día que se encontró con este tipo sentado ahí en el café después de tantos años, borracho y todo, se dio cuenta de que todavía lo quería” (pág. 113)
La novela se ubica temporalmente a finales de la dictadura y los diez
primeros años vuelta la democracia, en un Chile derrotado moralmente,
donde la reconstrucción de la memoria histórica no fue prioridad para
las autoridades y con habitantes dentro de una capital caótica, cada vez
más alienados y corrompidos por la sociedad de consumo que ofrece el
libre mercado.
No es menor, y mucho menos al azar, que una de las escenas más
intensas entre Santiago y Graciela se produzcan en el mall durante el
atentado a las torres gemelas en EE.UU. De hecho hay que poner atención a
este interesante y sutil paralelo que se establece entre las torres,
las gemelas y los mellizos como una forma de expandirse a través de la
fertilidad y la fecundidad, buscar en los vástagos una redención que no
es posible y que solo logra abofetearnos tras las similitudes incitando
la confusión.
En este contexto encontramos a Santiago Lebrel, un tipo
existencialmente complejo y emocionalmente inestable que soporta lastres
familiares que impiden hacer de él un hombre de carácter para enfrentar
los embates que la vida le da sin tregua: “La historia que tuve con la
Graciela es la única historia que tengo. Y si firmo ese papel, me quedo
en pelotas” (pág.112). Pusilánime, prefirió hacerse cargo de la empresa
de radiotaxis de su padre cuando éste en un arranque hippie decide
marcharse al Perú para encontrar sentido a su existencia probando todo
tipo de sustancia alucinógenas, y desde entonces la presencia de este
padre se reduce a postales relatando sus tribulaciones. Un joven
Santiago de mala gana acepta esta responsabilidad, interrumpe sus
estudios en el primer semestre de la universidad, deja de lado su
ideales políticos de izquierda y se casa con Graciela por amor y para
asumir el hijo que viene en camino.
Por su parte Graciela, también, enfrenta situaciones conflictivas,
criada por su dominante abuela, el único personaje mayor que ostenta una
vitalidad desbordante, en ausencia de una madre que redime la culpa a
través del dinero que envía desde EE.UU. Esta abuela quién no está de
acuerdo con el casamiento, por razones egoístas que no se dejan entrever
claramente en la novela y que luego en un acto de arrojo juega un papel
crucial en la separación de ambos.
El principio de la descomposición de esta relación inmadura se
produce con la muerte del hijo cuando tiene menos de un año. Santiago se
refugia en el alcohol y Graciela es carcomida lentamente por la
depresión y el delirio: “Y el cura, que más parecía parvularia con
sotana, poniéndome una hostia en la lengua como si fuera un calmante.
Los siquiatras poniéndome píldoras en la lengua como si fueran ostias
para ahuyentar las jaurías de perros calientes que me tiraban las
piernas por las noches” (pág. 37). La muerte del hijo los distancia, y
cada cual por caminos separados continúa con el desastre de sus vidas
sin haber aprendido lección alguna.
Dentro esta espesa jungla verbal el ritmo narrativo se mantiene
incólume entre mensajes codificados del radiotaxi, desde el 03 al 013
con la flota “La Loba Móvil” en calma observando sigilosa mientras se
adentra por los recovecos de la ciudad servilmente como testigo
silencioso de sus protagonistas. Dentro de la regularidad narrativa se
produce un punto de inflexión que da respiro a la densidad
argumentativa. La historia de cómo la actual pareja de Santiago, Natasha
(La Central) se embaraza de las gemelas en medio de la presentación de
una obra teatral y que luego genera suspicacia entre los familiares de
ella: “Ahora dígame taxista, ¿quién es el papá de las niñitas? (…) Es un
actor mediocre, confesé eliminando cualquier signo de decencia y
confiabilidad que alguna vez tuve” (pág. 112); y la conversación
sostenida entre Santiago y Orlando (actual marido de Gabriela), quien,
sin saber la verdadera identidad de Santiago le hace una confesión que a
la altura del desarrollo logra triangular intensiones, deseos y
acciones: “¿Le cuento la firme? Yo creo que ella se entregó a Jehová
para escapar de Lebrel y que ella se entrega a Él a través de mí. Bien
fea la parte que me toca” (pág. 114)
Si bien es una novela construida por capas lo que le confiere
una sólida estructura, La leva, logra conectarse con el lector a través
de su fácil lectura, incluso en aquellos pasajes donde las
descripciones y diálogos se hacen más terribles. La otra
cualidad es la ironía bien empleada para liberar tensiones como en el
encuentro de Santiago y Orlando con los nombres de los perros de la casa
que cuida: “Ortega y Gasset”. Tanto la fluidez como la ironía permiten
establecer vínculos con el lector apelando a la pertinencia e
identificación contextual y generacional, logrando una novela con prosa
de calidad sin caer en excesos ni barroquismos, que se adentra con
soltura y aplomo en las tormentos existenciales lo que ya le confiere un
gran mérito literario.
Larissa Contreras
Ceibo Ediciones
Santiago de Chile, 2015
152 páginas
ISBN 978-956-359-013-5
Novela
Valoración: recomendable
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