sábado, 16 de enero de 2016

La sublime sencillez de los momentos olvidados

Crítica literaria publicada originalmente en Diario El Pilín.

Carlos Peirano, joven poeta de Viña de Mar, acaba de publicar La loza del cielo, un plaquette compuesto por diecisiete piezas líricas íntimas y contemplativas, que a momentos parecieran disociarse de lo colectivo, transitando en los límites de un claustro auto-impuesto.

Aquí no nos encontramos con juegos de espejo, ni con la asfixiante ferocidad humana. Tampoco con filos de ironía, ni con imágenes crípticas e inexpugnables que nos obliguen a abandonar la lectura. Al contrario, cada poema desde su tonalidad sobria y ritmo cadencioso invita a transitar en un entramado que nos es conocido y acoge desde el recuerdo, sin las cavilaciones propias de cuando nos enfrentamos a un texto y autor del que poco o nada conocemos. Vale decir, el texto fluye y se deja leer.

Peirano esculpe la palabra, quita el ripio, dejando la desnudez vívida en nuestra retina. No teme trabajar con los retazos que nuestra percepción, tal vez, descartó en escenarios similares, y frase a frase va dibujando ante nosotros versos que se cohesionan y sellan los espacios vacíos que van quedando tras el paso de la indiferencia.

La cosmovisión poética de La loza del cielo se interna en esas sensaciones unidas a imágenes dispersas de cuando nuestros sentidos se han visto embotados con la confusión de la realidad. Cada poema es un azulejo de esta loza, y cada título, la fragua que sirve como nexo para encontrar la contención en estos tiempos donde el engranaje superfluo se desploma a cada segundo. Encontramos belleza y quietud, persuasión a través de la palabra que tiene como finalidad última  florecer vigorosa dentro del alma.

Tormenta es un ejercicio angustioso que somete a la soledad frente al poder exuberante de la espera. Biombos se configura como una barrera ilusoria, intentando demarcar escenarios donde la modestia y el pudor parecieran ser los últimos bastiones de la intimidad. El otoño como una cerca imperecedera donde las puertas de la naturaleza trémula son fagocitadas por la humedad. El tiempo abolido es la figuración del sufrimiento no asumido que se esconde tras la virilidad. La jardinera es el aullido que queda atrapado, pero que es invencible a pesar de las semillas del destino fatídico. La región más transparente es un canto a los fugaces instantes diáfanos que son tan esquivos. Los podios desiertos, la decadencia del vacío que te oprime sutilmente. Niebla, testigo silencioso del paso implacable de la vida. Sin título, juego lingüístico que zafa con dignidad aquello que es tan nuestro, que al nombrarlo se transforma en exceso. Velador, no es fácil lidiar con algunas personas, razón por la cual la memoria puede convertirse en un escozor. El aroma de la piedra enmohecida, es el indicio de que la fertilidad es volátil y posible de encontrar solamente si has aguzado los sentidos.

Carlos Peirano es una voz consistente que invita a la calma y a oler esta realidad desde la animalidad perdida, que está ahí y que nosotros ignoramos a diario. A conectarnos con la locura interna, no como evasión, sino más bien como un estado de alerta hacia el goce y observación de lo mínimo.

Poema destacado:

En el umbral del sanatorio

Yace empuñando un atado de claveles, ciego de ira, el hombre de risa fácil, el célebre ausente. Ha concluido la jornada y los gusanos, que aguardan su cuerpo, sabrán de la eternidad lo que solo saben los muertos. La tierra arderá por sus orificios, le cubrirá con una mano de harapos y el hueco que le albergue, salpicado de orina, contendrá, en un tris salivado, el último poema. (pág. 15)

Carlos Peirano
La loza de cielo
Colección Dulces Rumiantes
17 páginas
Ediciones Colectivas Periféricas
Valparaíso, 2014.
Valoración: Sólido. No tiene na’ que envidiarle a otros poetas más famosillos. Ponga a prueba su sensibilidad.

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